El baño

No recuerdo quién dijo que los niños tienen el gran trauma de ser muy lúcidos, pero no pueden expresar lo que están pensando coherentemente.

Zahara de los Atunes. Casitas bajas pegadas al atlántico mar. Yo era el más pequeño de los quince miembros de la familia que, verano tras verano, nos apretábamos entre chanclas desparramadas, arena, filetes empanados, colchones, discusiones y mucha alegría en aquella casita que alquilaba mi tío Alberto y que presidía con orgullo de veterano capitán de navío mi abuela María, sentada a la fresca o al solano en la puerta arengando a sus nueras e hijas y resolviendo pequeños entuertos como quien hace calceta, casi sin mirar.

A esa Bernarda Alba, más alba que Bernarda, la miraba yo desde mi pequeño mundo de arena mojada y recuerdo que pensé por qué el olor de los ancianos nos desagradaba tanto y el de nuestros ancianos era tan, tan querido…. Hace ya mucho tiempo que dejé de echarlo en falta, el olor de mi abuela.

Bueno, pensando en esas cosas vino la siempre alegre tita tita (la llamaban así porque era la más pequeña de las hermanas) a decirme que si no iba a darme un baño, que iba a echar raíces ahí solo con tanto viejales, y dándome un tirón de la mano me fue llevando a la orilla.

Lucía, vaya si lucía la tita tita. En mi inocencia iba orgulloso de su mano mientras los mozos y no tan mozos la piropeaban y miraban sin disimulo, como si fuera su hombre…

Y en esas estaba cuando vi en el agua brillar una carita pecosa, unos ojos claros y mojados. Recuerdo que mi tita me miró extrañada al notar que instintivamente le apreté la mano mientras un calor extraño se apoderaba de mi pecho y el corazón parece que quería salir a tomar el sol…Vi a la niña rubia salir del agua e irse con los suyos.

Yo dejé que mi tita se bañara y me quedé en la arena, tumbado, haciéndome el dormido con un ojo ligeramente abierto y enfocado hacia aquel ser fascinante.

Los sonidos todos de la playa se convirtieron en un run run sordo y la vi jugar con la arena, comerse un bocadillo, envolverse en una toalla del Sevilla F.C., secarse el pelo, cerrar los ojos por el brillo del sol, dejarse peinar por una oronda señora a medida que su pelo se iba secando. La vi vestirse, la vi esperando mientras recogían los bártulos, y finalmente, la vi alejarse con su tropa hasta que se perdió tras la esquina que formaba una casita pintada de verde.

Atontao, me apodaron aquel verano, que pasé buscando inútilmente ver a quien no he vuelto a ver. Sin darme un solo baño. Tumbado en la arena haciendo como que dormía.

Esperando.

No recuerdo quién dijo que los niños tienen el gran trauma de ser muy lúcidos, pero no pueden expresar lo que están pensando coherentemente. En compensación, esas carencias nos regalan hermosos recuerdos que, aun en la madurez de la vida y sus circunstancias, nos hacen sentir que amar, es algo más que cuatro letras.

A.Alés

2 comentarios

  1. Son recuerdos, siempre suelen ser bonitos pero enderezados con una pizca de tristeza, bien narrado, haciendo sencillo pero que trasmite, sin tener que recaer en artimañas faciles para ver tu tristeza tales como siempre he soñado con, fue una pesadilla ver que al dia siguiente no estaba etc etc. Eso para mi es algo a lo que hay que decir Chapó. y digamoslo de paso, yo soy un minimalista que ama la sencilles, asi que pa mi es perfec
     

  2. Abel se llamaba aquel niño. Era blanco como una luna encendida en medio de la noche. Yo temblaba cuando lo veía calle arriba o calle abajo con sus once o doce años, su timidez -yo diría hoy casi patológica- y su mechón lacio sobre la frente. Aquellos veranos que se prolongaban hasta el infinito y más allá, cuando el día se disfrutaba entre cómics, bocatas de atún, sobeos a gata tricolor archidomada y palpitaciones frente a aquel niño de cuerpo esquelético y acento vasco. Tardó todo un verano en decirme hola, y a mí ni siquiera me importó, así que tuve que esperar al verano siguiente para preguntarle si yo le gustaba,,,imaginas no?? ya teníamos trece años cuando alguien me sopló que sí..Aún recuerdo cómo sonaba ese sí en mi cabeza, un sí con eco que me llevé rumio-oyendo todo el invierno, para acortar la distancia hasta el verano siguiente..y ya en este por fín, por fin, nos miramos abiertamente, una, mil veces, creo fue en una romería…donde colorao como un tomate me pasó un papelito que decía con letra infantil TE QUIERO. NO PUEDO ESTAR SIN TÍ. VEN PRONTO. BUEN BIAJE. Uff, me mareé, un calor se apoderó de mi cara, de mis manos, temblaba todo, no sé, no solté el papel, lo apreté fuerte, muy fuerte, al volver de la romería, al meterme en el coche de mi padre que me traía de vuelta a la ciudad,  al verlo escondido sobre su bicicleta tras la piedra en ese punto kilométrico donde me prometió que me vería pasar el día que me fuese,,,,  creo que entonces supe con claridad de niño lúcido que piensa pero aún no puede expresar mucho, todo cuánto tenía que saber del amor, aunque no pudiera contárselo a nadie. Leí esas letras en aquel papel durante trescientos sesenta y pico días ó noches, ya no me acuerdo qué mas pasó, aparte de descubrir lo que era la música, de dónde venía  y que sonaría intensamente en fiestas -alguna vez aislada- y  en caracolas -eternamente- para mí. Y es curioso, ahora que soy mayor y puedo hablar de todo aquello, expresarlo, darle forma,  lo que no puedo es sentirme como aquella primera vez frente a la música ..ahora siempre es otra, siempre otra, y yo con mi caracola… no sé quién soy.

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